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VIDA Y ESTILO

Mi recuerdo de Huaraz

Mi padre fue agente viajero de joven y siempre viajaba al interior del país, en especial a Huaraz. Siempre le guarda un especial afecto. Guarda muchos recuerdos de estos viajes, que luego compartió conmigo. Ahora los perpetúo en este pequeño relato de mi primer viaje a mi querido Huaraz.

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Así es como un fin de semana partimos rumbo al lugar preferido de mi papá; el que más visitaba cuando viajaba como agente viajero, en su pequeño, pero aguerrido Volkswagen. Recuerdo ese primer viaje como si fuera ayer. Mi papá llenó el carro de mandarinas, un termo con mate de coca y caramelos de limón. Sabía que sería una experiencia inolvidable.

Partimos muy temprano de Lima, como a las 6 de la mañana, así nos ahorrábamos el tráfico de la Panamericana Norte, y llegábamos a desayunar, como en una hora, a Huaral. Mi padre siempre pasaba por Marcelo, y pedía tamales y pan con chicharrón. El siguiente paso era la entrañable ciudad de Barranca. Mi papá siempre se detenía aquí no solo para comprar todas las provisiones necesarias para el camino de subida a Huaraz, sino para dar un paseo por el malecón y recordar viejos tiempos. De niño, pasó sus veranos acá. Parte de sus mejores recuerdos están aquí.

Recuerdo que antes de llegar a Barranca mi papá pasaba por el pueblo de Huaura, para enseñarme el balcón donde San Martín proclamó la Independencia del Perú, ¿cómo no recordarlo? De camino estaba Huacho, donde nos deteníamos a comprar fruta. El trayecto siempre iba acompañado de alguna historia. Yo no me perdía de nada y menos me dormía, estaba atenta a cada dato que mi papá sacaba de su baúl de recuerdos.

Después de recordar y pasear por Barranca, partíamos a Pativilca, lugar de descanso de Simón Bolívar por su clima y cercanía al mar, cuenta mi papá. Avanzábamos 10 minutos y hacia la derecha mi papá me mostraba un letrero que decía “Huaraz”. A la izquierda, a unos 200 metros antes, está Paramonga. Recuerdo haberlo conocido. Vienen a mi mente olores e imágenes como a caña de azúcar y cañaverales. Mi papá guarda buenos recuerdos de sus amigos norteamericanos que trabajaban en las grandes cooperativas azucareras, que lo alojaban cuando paraba a dormir aquí antes de seguir su camino a Huaraz.

El camino a Huaraz comienza entre cultivos de caña de azúcar, pero poco a poco se va convirtiendo en un paisaje de grandes montañas, precipicios, y curvas ascendentes. “Hace 20 años me demoraba hasta 11 horas para llegar de Pativilca a Huaraz. Ahora las cosas han cambiado y en 6 horas llegas a Huaraz”. Recuerda mi padre.

Mientras escribo esta nota, muchos recuerdos vienen a mí. Yo de pequeña, observando, a través de la ventana del auto, aquellos cerros enormes que adornan el valle que acompañan el camino en su parte más sinuosa y alta. Mi papá deteniéndose con el auto en medio de la nada para sentir el aire frío que golpeaba nuestros rostros. Se fumaba un cigarro, me invitaba un Sublime, “para la altura”, me decía, y seguíamos nuestro camino. La ruta continuaba, y parábamos en Chasquitambo, un sitio intermedio, en busca de buena gasolina para el resto del camino.

En unas pocas horas ya estábamos en  Catac, a 4,000 msnm, desde donde pude divisar por primera vez la Cordillera Blanca. Aquella que se impone y no se olvida. Muy cerca la laguna de Conococha, donde nace el río Santa, que baña todo el Callejón de Huaylas. Este sitio lo recuerdo mucho porque mi padre me hacía bajar del auto a sentir la altura. “¿Paramos?, me decía. Mi mamá, siempre temerosa de la altura se negaba, entonces mi papá y yo bajábamos unos minutos a sentir la naturaleza. Salvaje, dura. A lo lejos montañas cubiertas de nieve, mucho frio, ichu, viento, y pequeños riachuelos de los glaciares cercanos.

El siguiente paso es Recuay, desde donde hace su aparición el imponente Huascarán y el primer pueblo del Callejón de Huaylas, desde donde se divisan las primeras retamas, y se siente ese aroma a eucalipto, típico del Ande peruano, que conduce hasta la ciudad de Huaraz. Al llegar nos alojamos en el hotel de un viejo amigo de mi padre, El Patio, en las afueras de Huaraz, en Monterrey, a solo 10 minutos.

“Huaraz Presunción”, comentan. Así se conoce a esta ciudad de la sierra central de nuestro país, que alberga lugares como Carhuaz, conocido por sus ricos helados artesanales, Yungay y su tragedia, Caraz y sus bizcochuelos. Todos, poblados enmarcados a los pies de vistas únicas: la cordillera y sus cumbres nevadas, y un cielo celeste que sirve de contraste perfecto.

Por supuesto, desde mi primer viaje a Huaraz, volví a ir unas 3 veces más. Llego en busca de sus quesos y el aroma de sus retamas. Conservo especial aprecio de esos viajes. Esta semana mi papá y yo recordamos mi primer viaje, mi primer choclo con queso en la laguna de Llanganuco y mi paseo en bote en sus aguas turquesas. Volvimos a nuestros almuerzos en Tato, en Barranca.

Ahora Huaraz se ha convertido en un destino de deportes de aventura por excelencia. Turistas de todas partes del mundo lo visitan para escalar sus cumbres y sumergirse en la paz que el Callejón de Huaylas les brinda. Para mi sigue siendo aquel lugar apacible donde viví los mejores momentos junto a mi familia.


Por Margite Torres


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